Hubo un momento en el que ser capaz de leer y hablar sin lastimar el diccionario era un privilegio en España.
Una parte no pequeña de nuestro querido país estaba a la cola de Europa en alfabetización, particularmente en las zonas con menos actividad comercial y en los pueblos de la ‘España profunda.’
Quedaba fuera de toda cuestión que aquel español que no supiera expresarse con cierta corrección y/o no pudiera escribir estaba en clara desventaja social. Sus oportunidades de mejorar sus perspectivas futuras eran sensiblemente inferiores. Continuar leyendo